Si se fuese a definir de manera simplista el feminismo, se diría que es “la lucha de las mujeres por alcanzar la igualdad con el hombre”. Se trataría, sin embargo, de una definición además anticuada, ya superada por la propia realidad social.
La evolución del feminismo
En efecto, es cierto que en sus comienzos este movimiento estuvo integrado en su gran mayoría por mujeres. Las razones eran evidentes: al querer acabar con un status quo caracterizado por la dominación de los hombres en todos los niveles de la comunidad, el “enemigo” era, precisamente, el sexo masculino. Se trataba de una reacción natural de las impulsoras del movimiento el evitar que los hombres formaran parte directamente de él. A su vez, muchos hombres se sentían atemorizados por esta nueva concepción de las relaciones sociales, que amenazaba con invadir su zona de confort y establecerles responsabilidades adicionales, por lo que incluso fueron abiertamente contrarios a sus postulados.
Si el comunismo se basaba en la lucha de clases, la primera visión del feminismo buscaba, pues, fundamentarse en la “lucha de sexos”. Pero así como la teoría marxista fue perdiendo fuelle, así el feminismo basado en una confrontación entre hombres y mujeres ha ido dando paso a una visión más moderna y lógica.
Por un lado, el avance de la democracia en el mundo occidental, con la visión de que todos somos iguales ante la ley, sin distinciones de ningún tipo, ha convertido el feminismo en un asunto de todos. Si era necesario eliminar las diferencias entre blancos y negros, o entre católicos y protestantes, por ejemplo, no tenía sentido mantener aquellas basadas sencillamente en el sexo.
Por otro lado, surgió la convicción por parte de las feministas más avanzadas de que la solución al problema de la discriminación sexual no podía plantearse excluyendo a los hombres, que constituyen aproximadamente la mitad de la población mundial, sino integrándolos y concientizándolos. Por lo demás, el feminismo no busca convertir a la sociedad en un “mundo de mujeres”, sino en un espacio donde el ser mujer u hombre no delimite a qué tipo de educación se puede optar, qué trabajos se pueden desempeñar o que roles no se puedan asumir.
De hecho, la propia dinámica social e histórica ha tenido una gran influencia en este cambio de visión. La necesidad de los factores de producción para incorporar trabajadores ha ocasionado que el mercado de trabajo haya ido absorbiendo cada vez más mujeres, equiparando al menos en número a ambos sexos (aún cuando el campo laboral sea uno aquellos en los que la discriminación sea más evidente, en términos de salarios y ocupación de posiciones de supervisión).
El hombre moderno frente al feminismo
Actualmente, dentro de la población masculina podemos distinguir tres posiciones. Una es la de aquellos que continúan defendiendo la discriminación entre sexos, basados en criterios religiosos, históricos (“las diferencias han existido siempre”) e incluso fisiológicos. Otra posición -tal vez la más extendida- es la que aquellos que aceptan la igualdad como un hecho y una consecuencia inevitable del mundo moderno. Son los “feministas pasivos”, que entienden las razones que sustentan el movimiento y tratan de adaptarse a las nuevas realidades, algunos en mayor medida que otros.
El tercer grupo es el de los “pacifistas activos”, aquellos que promueven activamente la igualdad de sexos en todos los niveles. Algunos son líderes religiosos (como el Dalai Lama), que propugnan la eliminación de la discriminación como parte de su mensaje general; otros son personajes famosos (actores, escritores, políticos, etcétera), que aprovechan su exposición pública para manifestar su postura feminista.
Las organizaciones feministas de hombres
Pero también hay un grupo importante de hombres, más “comunes y corrientes”, que han fundado organizaciones dirigidas a las personas de su mismo sexo, con el objeto no sólo de concientizar sino también de erradicar prácticas discriminatorias como el abuso doméstico, por citar un ejemplo.
Dentro de ellos cabe destacar al canadiense Michael Kaufman, organizador de la Campaña del lazo blanco (“White Ribbon Campaing”), una asociación masculina, presente en más de 60 países, empeñada en combatir la violencia contra la mujer. O el sueco Tomas Agnemo, fundador de Hombres por la igualdad de género (“Men for Gender Equality”), y portavoz en Europa de MenEngage, una alianza de 700 asociaciones implicadas en la defensa de la igualdad de género en todo el mundo. También al español Miguel Lorente, médico español que fue delegado del Gobierno contra la violencia de género entre 2008 y 2011 y como tal impulsor de las iniciativas legislativas en esta materia.
Como vemos, la existencia de organizaciones masculinas que defienden la igualdad de género o luchan contra la violencia de género -las dos banderas del feminismo- representan un verdadero cambio de paradigma en esta materia. No obstante, todavía hay una gran distancia por recorrer en el camino de la no discriminación por razones de sexo, además del de la redefinición de los propios roles que ambos sexos deben o no asumir tanto en las relaciones de pareja y familiares.
Faltan mujeres
Y aquí es donde se requiere una mayor participación de la mujer, no tanto en el movimiento feminista, sino en el cómo educar a sus hijos e hijas para alcanzar una sociedad que en el futuro no distinga entre ellos, y cómo concientizar a su pareja masculina de que, en palabras de Tomas Agnemo, “es necesario desmontar los conceptos de vida impuestos por el patriarcado si se quiere alcanzar una verdadera felicidad en el ámbito de la pareja y de la familia”.
No importa cuántas organizaciones feministas existan, ni cuantas mujeres profesionales, políticas, artistas o luchadoras sociales aboguen por la igualdad de género; mientas encontremos dentro del seno de las familias a madres que todavía tratan de manera diferente a sus hijos frente a sus hijas, que les dan preferencia a aquellos, o que sencillamente todavía creen en que los varones “tienen derecho” a mayores libertades que las mujeres, y que éstas “tienen más responsabilidades domésticas” que los hijos hombres, nunca, repito, nunca, alcanzaremos la tan ansiada igualdad.
Para que las mujeres consigamos algún día un trato igualitario con el hombre, debemos en primer lugar estar plenamente convencidas de que lo merecemos. Y esto se demuestra con hechos, que comienzan en nuestra propia casa, en la relación que decidamos mantener con nuestra pareja, con nuestros hijos y con todo nuestro entorno social.
*Abogada, especialista en Mujer y Familia Presidenta de Voces Vitales Venezuela Miembro OVDHM
@MaCristinaParra |